Siempre es tiempo oportuno para recordar la importancia vital de la oración para la vida cristiana, por su profunda relación con la fe, la esperanza y la caridad. Hoy recogemos tres testimonios.

“Si la hija (la oración) vive de la madre (la fe), aquí la hija tiene que alimentar a la madre” (Kierkegaard).

“El hombre necesita de la oración para permanecer sano espiritualmente. Pero la oración sólo puede brotar de una fe viva. Mas la fe –y con esto se cierra el círculo– únicamente puede ser viva si se ora. La oración no es una actividad que pueda ejercitarse o abandonarse sin que la fe sea por ello afectada. La oración es la expresión más elemental de la fe, el contacto personal con Dios, al que fundamentalmente está encaminada la fe. Es posible que la oración deje de fluir durante algún tiempo sin que la fe se atrofie, pero a la larga es imposible creer sin orar, así como no se puede vivir sin respirar” (Romano Guardini).

“Ser testigos de Jesús siempre, pero más en nuestro mundo secularizado, requiere hombres y mujeres de fe, de amplia experiencia de Dios y generosa comunicación de esa experiencia… Hoy, más quizás que en un cercano pasado, se nos ha hecho claro que la fe no es algo adquirido de una vez para siempre, sino que puede debilitarse y hasta perderse, y necesita ser renovada, alimentada y fortalecida constantemente. De ahí que vivir nuestra fe y nuestra esperanza a la intemperie, expuestos a la prueba de la increencia y de la injusticia, requiera de nosotros más que nunca la oración que pide esa fe, que tiene que sernos dada en cada momento. La oración nos da a nosotros nuestra propia medida, destierra seguridades puramente humanas y dogmáticas polarizantes, y nos prepara así, en humildad y sencillez, a que nos sea comunicada la revelación que se hace únicamente a los pequeños” (Pedro Arrupe SJ).

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