En el mes de junio hemos celebrado la solemnidad del Corazón de Jesús, pero… ¿sabemos qué quiere decir exactamente esto? Hoy en día, no todo el mundo entiende esta devoción. En décadas recientes la expresión misma de «Sagrado Corazón» no ha dejado de suscitar en algunas partes reacciones emocionales y alérgicas, quizá, en parte, como reacción a formas de presentación y terminología ligadas al gusto de épocas pasadas, decía Pedro Arrupe. Más recientemente, en cambio, lo que predomina es la indiferencia o el desconocimiento.

Olvidemos por un momento eso que puedan ser prejuicios, comentarios intuidos o imágenes subjetivas y cerremos los ojos. Podríamos traer a la memoria una imagen evocadora. Por ejemplo El Buen pastor de B. E. Murillo. Tenemos en ella, ante nosotros a Jesús, a Dios. Pero no es como nuestra limitada imaginación podría representarlo. Es un niño. Un niño inocente que está acariciando una de sus ovejas. Él es pastor y parece totalmente indefenso ante los peligros que puedan sucederle. Nada más tiene un aprecio desbordante por su rebaño. Unas ovejas que no son angelitos. Un día se le pierde una, otro día otra se levanta holgazana y no quiere salir a pastar, otro día la que él tanto quiere le muerde la mano al darle de comer la mejor hierba… ¡Éste es nuestro Buen pastor!

Y, ahora vayamos al punto de donde surge la actitud de este pastorcillo con sus ovejas, vayamos a su corazón. ¿Qué nos dice la palabra?

El corazón es lo íntimo y lo evocador, el misterio que resiste a todo análisis, la ley oculta que es más fuerte que toda organización y que toda utilización del hombre técnicamente organizada. Esa palabra designa el lugar en que el misterio del hombre pasa a ser el misterio de Dios. La infinitud vacía que se interioriza aquí lanza una llamada hacia la infinita plenitud de Dios. Esa palabra evoca el corazón traspasado, angustiado, desangrado, muerto. Designa lo que significa amor inconcebible y desinteresado, el amor que vence en el fracaso, que triunfa en la impotencia, que muerto vivifica, que es el amor, que es Dios. (Karl Rahner SJ).

Así pues, ¿qué mejor modo que dar nuestra vida por los demás que imitando lo más profundo de Jesús? Para terminar, un consejo que dio Pedro Arrupe a la Compañía de Jesús en una ocasión en la que fue preguntado por esta devoción:

«Si queréis un consejo, (…), os diría que en esta devoción al Corazón de Cristo se esconde una fuerza inmensa; a cada uno toca descubrirla -si no la ha descubierto ya- y profundizarla y aplicarla a su vida personal en el modo en que el Señor se la muestre y se lo conceda. Si queréis como personas y como Compañía entrar en los tesoros del Reino y contribuir a edificarlo con extraordinaria eficacia, haceos como los pobres a quienes deseáis servir. Tantas veces repetís que los pobres os han enseñado más que muchos libros: aprended de ellos esta lección tan sencilla, reconoced mi amor en mi Corazón».

¿Qué más nos hace falta?

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