La palabra indiferencia se utiliza hoy, con mucha frecuencia, como sinónimo de pasotismo, con expresiones como: “paso de esto”, “me da igual” , “me es indiferente”, “no me interesa”, “eso ya no se lleva”, aludiendo a cosas, valores, situaciones y personas que aparecen constantemente en la vida de cada uno ante las que reacciona con esa actitud.
Fácilmente intuimos que si el adjetivo “indiferente” o el adverbio “indiferentemente” -Ignacio nunca usa el sustantivo “indiferencia”- salen con frecuencia en sus escritos es porque para él tienen un significado muy profundo, de tal manera que ha llegado a convertirse en la clave o el corazón de su rica espiritualidad. ¿Por qué?
En primer lugar, porque el mismo Ignacio, ya desde su largo proceso de conversión, tuvo que aprender a situarse ante Dios con el deseo de buscar siempre su voluntad experimentando que cuando él se perdía o se sentía profundamente desolado era porque se encerraba en sí mismo haciendo su propia voluntad y, sin embargo, cuando era dócil a Dios y lograba centrarse en Él, haciendo su voluntad, se sentía profundamente feliz y consolado por lo que hizo de esta actitud de indiferencia la actitud fundamental de su vida.
En segundo lugar, porque la Compañía de Jesús que él fundó heredó de su fundador esta actitud convirtiéndola también en el centro y en el corazón de su ser y de su hacer. La Compañía de Jesús y cada uno de sus miembros no debería nunca –al menos como ideal- dar ningún paso ni tomar ninguna decisión u opción que no esté pasada por el proceso de búsqueda previa y de hallazgo de la voluntad de Dios, por lo que ha de estar constantemente preguntándose “qué quiere el Señor de mí o de nosotros”. Pregunta que pone en marcha el famoso discernimiento espiritual como experiencia imprescindible para dar con la voluntad de Dios… Discernimiento para el que es necesario “hacernos indiferentes”, en expresión de Ignacio.
La indiferencia ignaciana, no es, por tanto, una actitud fría y calculadora basada en el mero raciocinio o en las destrezas del que la quiere conseguir, sino que va unida o se enracima con otras actitudes vitales y profundamente humanas y cristianas como son la libertad –el despego de todo y de todos-, la disponibilidad -como condición indispensable para ser enviado donde Dios quiera- y el amor -como fuente y culmen de ambas-.
Por todo lo dicho pasa el reto que hoy tienen tanto la Compañía de Jesús como la gran familia formada por hombres y mujeres que se consideran de espiritualidad ignaciana, que no es otro que el de ayudar a las gentes de hoy a encontrar a Dios y vivirle en la vida cotidiana haciendo opciones desde la indiferencia, la libertad y el amor. Para ello, Ignacio nos dejó su mejor herramienta, la de sus Ejercicios espirituales tan valorados y extendidos por todo el mundo desde su tiempo hasta ahora.
Albino García SJ