Nació en 1507 en el barrio judío de Palma de Mallorca. Estudió en las Universidades de Alcalá y de París, donde conoció a Ignacio de Loyola y sus primeros compañeros. En aquel momento no se unió a ellos pues no le parecieron suficientemente ortodoxos en su espiritualidad y modo de vivir.
Doctor en Teología y ordenado sacerdote en Avignon, regresó a su isla natal, donde ejerció como profesor y predicador. Pero una carta que cayó en sus manos escrita por Francisco Javier desde las Indias le conmovió tan profundamente, que cambió de opinión y viajó a Roma en 1545 para entrevistarse con Ignacio, a quien pidió ser admitido como jesuita.
Enviado después a Messina, fundó el primer Colegio para no jesuitas, de los muchos que vendrían después, introduciendo en su enseñanza el método de Paris que utilizaba el diálogo y los debates en el aula. Fue el inicio de lo que sería el sistema de educación de los jesuitas en sus Colegios y Universidades. Nadal se convirtió en el gran impulsor de los Colegios como apostolado importante de la Compañía de Jesús.
Convirtiéndose poco después en la mano derecha de Ignacio de Loyola, se dedicó a viajar por Sicilia, España y Portugal explicando y promulgando las Constituciones, el camino de incorporación al cuerpo de la Compañía de Jesús, ya cercanas a lo que sería su redacción definitiva. Se le puede llamar el primer pensador sistemático, y el auténtico intérprete de la visión y espiritualidad ignaciana.
La oración del jesuita, el llamado “círculo nadaliano” que va de la oración al trabajo y viceversa era uno de los temas preferidos en sus pláticas y exhortaciones. En una ocasión retrató a Ignacio con una frase afortunada: “contemplativo en la acción”, es decir, alguien que practicaba una contemplación concomitante con la acción. Sin embargo, no dejó de subrayar que la propia abnegación era el legado ignaciano más importante.
Afirma Nadal que el jesuita lleva a cabo su acción pastoral bajo la acción del Espíritu y movido por la caridad. Por eso debe estar dispuesto a ser enviado a cualquier parte del mundo, aunque tenga sus propias preferencias apostólicas. El propio Nadal, viajero infatigable, se inclinaba por Alemania y las Indias.
Sus últimos años transcurrieron en el Tirol escribiendo unas meditaciones a los Evangelios acompañadas de imágenes y grabados que servían de ayuda a la «composición de lugar» típica de las contemplaciones de los ejercicios espirituales. Cansado y fatigado, vuelve a Roma, donde muere en el noviciado jesuita de san Andrés del Quirinal a los 73 años, en 1580.
En la colección Manresa se encuentran dos volúmenes para conocer mejor la trayectoria de este jesuita, que jugó un papel relevante en los primeros años de la Compañía:
J. Nadal Cañellas, Jerónimo Nadal. Vida e influjo, Mensajero, Bilbao 2007. Más información
Miquel Lop Sebastià (ed.), Las pláticas del P. Jerónimo Nadal. La globalización ignaciana, Mensajero, Bilbao 2011. Más información
Luis de Diego, SJ