Pensar en Ignacio de Loyola es descubrir a un hombre polifacético. De joven fue militar, curtido para la batalla y sin miedo a la muerte. En el otro extremo está el hombre místico que se aparta del mundo para encontrarse con Dios. Y así se pueden recorrer varias categorías que nos permiten recordarle como un hombre capaz de adaptarse a cualquier tiempo y lugar. Pero entre tantas virtudes está el riesgo de pensar que fue un hombre de éxito, y su historia demuestra que supo de primera mano qué era el fracaso y el dolor.
La enfermedad fue una constante para él. La herida en Pamplona le ayudó a pararse, a comenzar a recomponer su vida y, entre tanto dolor, intuir el nuevo proyecto que Dios le ofrecía. Pero también sus fuertes dolores de estómago en París le hicieron volver a su Azpeitia natal por última vez, donde mantuvo una fuerte vida apostólica y espiritual. También, en su etapa de Roma sus limitaciones le hicieron más humano y limitado y le permitieron encontrarse con un Dios que le guiaba. Sus diversas dolencias y algunos fracasos son fundamentales para entender su biografía.
Ignacio sabía que la enfermedad y los enfermos eran una oportunidad de encuentro con Dios. Cuando viajaba se quedaba en los hospitales e, incluso, a los jesuitas enviados al Concilio de Trento les exhortó a quedarse con los enfermos, lejos del bullicio y la ostentación. Al diseñar la formación de los jesuitas, sabe que el Jesús que se contempla en los Ejercicios Espirituales, se toca y se acaricia en cada enfermo. Las vidas de los primeros jesuitas están llenos de ejemplos de atención hacia los que más sufren, donde la salud tiene una parte muy importante.
La enfermedad y el fracaso nos hacen más sensibles, humildes y vulnerables. Al igual que pasaba con la gente que se acercaba a Jesús, sanar las dolencias del cuerpo implica una oportunidad de encuentro y aproximación a lo más hondo de cada persona y desde allí Dios puede curar las heridas más profundas de cada persona. El dolor no es algo deseable, tampoco el fracaso y la frustración, pero sí puede ser un punto de encuentro. Un enlace donde nos sintamos limitados y frágiles, una ascesis no deseada donde Dios busca y saca lo mejor de cada uno. Al igual que Jesús, podemos dejar de ver la salud como un problema y entenderla, de una forma diferente, como una oportunidad para llegar a Dios.