Ortega y Gasset hizo popular aquello de “yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Mucho antes, Ignacio de Loyola había enseñado a los jesuitas a que adaptasen sus instrucciones “según circunstancias de personas, tiempos y lugares”. Esta enseñanza capta algo de nuestra propia experiencia: primero, en relación con el modo en que fuimos evangelizados; segundo, en relación a nuestro servicio a la evangelización.
La evangelización ignaciana consiste en liberar la generosidad del educando, mostrándole el camino hacia la entrega total de sí: “toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, todo mi haber y mi poseer.” Primero recibidos de Dios; luego, entregados a Dios mediante el servicio al prójimo. Formar ignacianamente para el amor consiste en liberar al otro para que llegue a darse según las necesidades de terceros.
El modo de hacerlo, todavía, no es el de “café con leche para todos”. En la evangelización ignaciana, el principio de adaptación a las circunstancias juega un papel estratégico. ¿Cómo podría ser alguien “último responsable” de su evangelización si ésta no se adapta a él? ¿Cómo hablar de una relación “personal” con Cristo, si no ha tenido lugar esta a-propiación? Nos parece que quien quiera evangelizar hoy debe tener experiencia de que quien le evangelizó hizo a su vez lo posible por -dejando atrás el interés, querer y amor propios de ellos- venir a encontrarlo en sus propios términos.
Los principios de la evangelización, más teóricos, tienen que ser aplicados a “lo que hay”. No valen las “reglas de tres”; los “principios” son a la realidad como ese “según” es a las circunstancias. Algunos factores a tener en cuenta son las personas, sus tiempos y sus lugares.
La Historia de los jesuitas ilustra esta evangelización adaptada con algunos ejemplos. A un nivel más individual, lo ilustra la constatación de cómo los Ejercicios fueron adaptados a religiosas, sacerdotes, seminaristas, pero también a mineros, trabajadores, prostitutas o presos a lo largo de los siglos. Por otra parte, la ingente labor de traducción ilustra el nivel corporativo: unos 260 jesuitas tradujeron hasta 600 libros a lenguas europeas y otros tantos a lenguas no europeas antes de la Supresión de la Compañía (1773). A otro nivel, más estratégico en fin, están los colegios. A pesar de haberse opuesto a ellos inicialmente, a la muerte de Ignacio los jesuitas dirigían 46 colegios y, cincuenta años después, 300 (40 de ellos fuera de Europa).
Ojalá tenga experiencia de haber sido evangelizado en su según (su persona, tiempo y lugar) el agente de la nueva evangelización.
Carlos Coupeau SJ