Este aforismo se encuentra al final de la 2ª anotación (Ej. 2) en la que Ignacio pone de relieve la importancia de la interiorización, y lo hace en los términos siguientes: “No el mucho saber harta y satisface al anima, mas el sentir y gustar de las cosas internamente”. Es una invitación a pararse a gustar y sentir, pues los Ejercicios son tiempo de encuentro, tiempo de “estar”, tiempo de conocer con el corazón. Esto no significa minusvalorar las dimensiones racionales o intelectuales del sujeto, sino que el sujeto las ha de articular con las afectivas… La experiencia le ha enseñado a Ignacio que lo que está atravesado por el mundo de los afectos es más hondo, más profundo y por lo tanto lleva más fácilmente a la persona a un camino de conversión.

El sentir  hace referencia a componentes  espirituales, pero también a otros más de carácter psíquico, psicológico. Sentir internamente nos remite al mundo de la sensibilidad y por tanto nos habla de una oración, de una experiencia espiritual integrada en la que participa de la dimensión corporal. Gustar hace referencia al mundo de la consolación, el gustar y sentir de las cosas internamente es un camino de percibir y aprender a reconocer la acción del espíritu en uno mismo. Por ello hay que partir de las propias mociones siguiendo las reglas que propone Ignacio (Ej 227).

Sentir, nos proporciona un material rico sobre el que poder discernir, nos proporciona las mociones que nos van mostrando por dónde nos va llevando el Dios de la vida y de la historia, nos ayuda a descubrir el paso de Dios por la vida concreta del ejercitante.

Para que esto sea así se necesita un buen clima de silencio. Sin silencio y sin tiempo tranquilo no hay posibilidad de encuentro hondo. Se trata de apartarse  de todo lo que pueda condicionar  la libertad  y distraer de lo fundamental que es acercarse y llegar a su Criador y Señor, llegándose así al  conocimiento interno (personal) y vital del Señor Jesús. El fin del conocimiento interno es crecer en el amor… Solo quien es capaz de gustar y sentir podrá llegar al conocimiento del Señor que por mí se ha hecho hombre para que más le ame y le siga (Ej. 104).

Cuando el sentir y gustar nos lleva al conocimiento interno es cuando el creyente se convierte en testigo vivo, en discípulo obediente de la voluntad del Padre, que consiste en que el hombre viva.

El conocimiento que se da en el «corazón» -en el centro íntimo de cada persona- es el que realmente puede satisfacer y dar sentido a una vida.

Mari Luz de la Hormaza, ACI

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