San Ignacio tiene una preocupación especial por las mediaciones más adecuadas para alcanzar y conectar con los objetivos que se propone en una gran variedad de asuntos y situaciones que entretejen la propia vida. En este breve comentario nos fijaremos en los medios que Ignacio utiliza preferentemente a la hora de dejarse acompañar o acompañar a otros.
El primero es el de la “conversación espiritual” a la que alude de un modo especial en su Autobiografía. En ella nos narra cómo después de lo positivo que le ha resultado el conversar con otros –en los momentos más conflictivos de su conversión durante los meses que vivió en Manresa– busca ahora con más insistencia y como herramienta apostólica fundamental el escuchar a otros para acercarles a Dios. Y una vez fundada la Compañía de Jesús, aconsejará a que frecuenten la conversación espiritual bien dejándose ayudar por otros, bien para ayudar ellos a los demás.
La comunicación por escrito fue otra de las mediaciones de ayuda para muchas de las personas a las que fue conociendo. Si se conservan en su Epistolario unas siete mil cartas –otras muchas se han perdido– es fácil pensar que su temática y sus destinatarios tuvieron que ser muy variados, pero dentro de ellas alcanzan una importancia fundamental aquellas que dedica expresamente a ayudar espiritualmente a las personas con las que más frecuencia entabla una profunda relación humana y espiritual, destacando en ambas una gran capacidad de consejo unida a una gran capacidad de discernimiento espiritual.
Finalmente, otra fuente de conversación y para un objetivo tan importante como es el del mes de Ejercicios –¡el de buscar y hallar la voluntad de Dios en la propia vida!– es la que desarrolla en sus famosas reglas de discernimiento –tanto de primera como de segunda semana– para que el que los da acompañe al que los hace al hilo de su experiencia, no para suplir esfuerzos, oscuridades, o falsos sentimientos de euforia, sino para que aprenda a descubrir la luz verdadera que ilumine y consolide el deseo de buscar solamente lo que Dios quiera para él.
Vivimos en el siglo de las comunicaciones y los medios han cambiado una barbaridad. Las ofertas se han centuplicado y el esfuerzo por elegir y aplicar aquellas que más puedan ayudar en el ámbito de la fe y de la experiencia espiritual es constante. Por eso, más que nunca, nos necesitamos mutuamente, no sólo para hablarnos superficialmente pasando rápidamente de interlocutor a interlocutor, o tratando de cosas banales, sino para apoyarnos mutuamente en esa escalada hacia arriba hacia la que apunta nuestro horizonte último- Dios-, o esa otra escalada hacia abajo, hacia lo profundo de nosotros mismos, en la que nos encontraremos también con el mismo horizonte.
Subir y bajar, acompañados por la luz que ilumine auténticamente ambos movimientos y con las mediaciones más adecuadas, en este caso con el buen consejo del otro y con su ayuda para discernir el camino o el estilo de vida que Dios quiere en concreto para mí.